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Caminaba por una calle de tierra para encontrarme con Ezequiel. Íbamos a ver la casa que quizás compartiríamos, o donde viviría alguno de nosotros. Todo dependía del resultado del Boca-River que se jugaría en un rato. Él había cometido un gran error al decidir que nos encontráramos en ese momento. Nunca habíamos escuchado o mirado juntos un partido que River ganara.
Me di cuenta que por error, o falta de consideración, Ana y yo habíamos pintado las habitaciones con unos colores que, quizás, Ezequiel y Judith no quisieran. Él estaba esperándome junto a la tranquera. En los escasos metros que nos separaban, me imaginé lo enorme de la casa, y lo difícil que iba a ser cerrar todas las puertas de noche. Además, me dije, en el campo debe haber muchos ruidos que desconocemos. Las primeras noches casi ni voy a dormir.
-Tetele
-Movicom, ¿cómo fue el viaje?
No se me ocurría cómo decirle lo de los colores. Aunque ya lo debía saber, porque venía de la casa.
-Perdoná por lo de los colores. La verdad es que nos olvidamos que quizás viviéramos juntos.
-¿Qué colores? Ya vamos a tener tiempo de ver cómo hacemos con todo.
Desde la tranquera hasta la puerta había cerca de quinientos metros. Cuando estábamos por la mitad, apareció Fede, con los brazos en los bolsillos y su mirada bonachona, aprobando que uno más de sus amigos llegara al rebaño. Nos abrazamos, como siempre. Entramos a la casa. Ezequiel nos llevó a recorrerla. Primero fuimos a la habitación que podría ser el estudio, donde estarían las computadoras para poder escribir y trabajar. Nunca la había visto. Me pregunté cómo podía haber paseado por esa casa tantas veces sin ver este cuarto. Estaba totalmente blanco, sin los colores que habíamos elegido con Ana, todos fuertes y llamativos. Alegres. Una cama llenaba una de las paredes.
Después nos invitó a ir al dormitorio. Otra habitación que no conocía. También de blanco, repleta de camas, dobles y simples. Nos sentamos en el medio y debatimos la posible ubicación de los muebles. Esa sería la habitación de ellos.
-Vamos a tener que sacar muchos muebles -dijo el Tete. Inmediatamente tras sus palabras, un murmullo nos alertó de un gol. Encendimos la radio. Escuchamos los ecos de un gol de Barijho. Sonreí, y desperté en la cama de mi nueva casa, en mi cuarto amarillo. A mi lado, Ana dormía plácidamente.
 

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